Hubo una vez una florcita que abrió sus
pétalos llena de ilusión.
Siendo una semilla, el sol la acarició
con uno de sus rayos más tiernos, y empezó a crecer; cuando era una ramita con
una hojita, éste la calentó con sus rayos más luminosos; desde el cielo le
decía con su luz que la quería, por las noches antes de perderse en el
horizonte se la encargaba a la luna y a las estrellas.
Así fue hasta que la ramita se encerró
en sí misma envolviéndose en un capullo, en la fantasía del sueño, antes de
dormirse, el sol le dijo que al despertar sería la más linda flor sobre la Tierra.
Parece que alguien le dijo al sol algo
acerca de la florecita, alguien envidioso del amor que le prodigaba nuestra
estrella calumnió a la pequeña rosa, se dice que fueron las tinieblas quienes
conspiraron contra ella mientras dormía.
El hecho es que aquella mañana al
despertar, el ambiente estaba extraño; estaba en medio de una sombra oscura y
fría, la florecilla pensó que quizás había dormido mucho y ya era invierno y
que por eso el sol había cambiado de posición en el cielo; pero el canto de los
pajarillos, el volar de las mariposas, el libar de las abejas en las demás
flores y el verdor de los prados le hizo entender que no era así, que era
primavera, y que el sol por algún extraño motivo no le daba su luz.
Volteó a todos lados, hasta que vio una
enorme roca, que era la que proyectaba esa infame sombra, se dirigió a ella:
- Oye, mientras dormía te has movido, y
con eso no dejas que el sol me vea, has de saber - dijo la flor - que sol me
quiere mucho, dice que soy la flor más linda de la creación.
La roca le respondió:
- Pequeña florecita, no me he movido ni
un milímetro, es el sol quien ha modificado su camino para evitarte.
- Pero ¿por qué? si el sol me quiere, soy su luz, me dijo que aunque sólo soy una flor, mis colores iluminan su vida.
- No lo sé - concluyó la roca.
- Pero ¿por qué? si el sol me quiere, soy su luz, me dijo que aunque sólo soy una flor, mis colores iluminan su vida.
- No lo sé - concluyó la roca.
Un aire frío sopló e hizo moverse a la
flor, ésta empezó a sentir que algo no estaba bien, tiritando le habló al
viento.
- Tú que eres tan fuerte, ¿no podrías
mover al sol? Posiblemente sin notarlo soplaste y lo hiciste cambiar de posición,
¿no podrías regresarlo donde estaba?
El viento le respondió:
- No soy yo quien ha movido al sol, él
se ha movido por sí mismo, y es él quien me ordenó sacudirte con mi brisa más
gélida.
Algo pasaba, el sol era el que con su
luz hacia que sus hojas convirtieran los elementos de la tierra en alimento,
con sus rayos le transmitía amor.
Entonces la flor lloró, sus lágrimas
eran gotas de rocío que se convirtieron cristales de hielo, pues tan helada era
la sombra proyectada por la roca.
Al anochecer las estrellas y la luna
encontraron triste a la florecita, tanto había llorado que ya no se podía
mantener derecha...
- Luna y estrellas, ¿ustedes saben por
qué ya no me quiere el sol? – Les preguntó al verlas.
La luna y las estrellas sabían de las
palabras vertidas en su contra por las tinieblas, y sabían que era mentira,
pero el sol estaba tan enceguecido por el dolor y la ira que no quiso
escucharles, ellas no quisieron decirle a la florecita el motivo, porque era
infame, y más aun, que fuera lo que fuera, la florecita no tenía la culpa, ella
era inocente, era sólo una flor frágil que no podía hacer daño de ninguna
forma.
Trataron de darle calor con sus tenues
rayos, la luna que era mayor la acarició, pero sus caricias ya no podían
traspasar la capa de rocío congelado, irremediablemente la florecita estaba
muriendo, pero las tinieblas que son muy crueles, no se conformaron con ello,
aun de ese débil consuelo privaron a la florecita, y les ordenaron a las nubes
que cubrieran el cielo, y así la florecita quedó en medio de la oscuridad
llorando inconsolablemente.
Al amanecer, la florecita casi
alcanzaba el suelo, en realidad hizo un gran esfuerzo para poder ver el alba
una vez más, aunque el sol no la veía porque estaba empeñado en ocultarse tras
las sombras, le habló.
- No sé por qué dejaste de quererme,
pero sea lo que sea, yo no tengo la culpa.
Y la florecita murió.
El sol pasó por el firmamento y al ver
muerta a la flor algo en su corazón intentó revelarse, pero continuó su camino
sin saber perdonar.
Para pensar:
Para poder vivir felices, todas las
personas tenemos que dar y recibir perdón.
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