viernes, 15 de junio de 2012








EL REY Y SUS MASCARAS

El rey de aquel país era tan cruel y malvado, que toda su maldad se le reflejaba en el rostro. Lo mismo sucedía con su ejército. 
 Este rey era un gran conquistador y ya se había apoderado de todos los países vecinos. Le faltaba, sin embargo, la comarca que limitaba con su reino por el sur. Esta comarca estaba habitada por gentes honradas y laboriosas, que trabajaban con alegría y entusiasmo. Por ello, el país había alcanzado un alto nivel de desarrollo y prosperidad.
Con la idea de conquistar el país, el rey infiltró en él a su ejército, y para que no reconocieran a sus hombres les mandó cubrirse el rostro con caretas de personas alegres, risueñas y bondadosas.
Nadie, al ver aquellos hombres de rostro tan simpático y agradable,
sospechó que eran unos temibles invasores. Los soldados, disfrazados y escondidos bajo sus máscaras, se incorporaron de inmediato a la vida diaria de aquella nación.
Al amanecer, se levantaban con los primeros rayos del sol y se juntaban con los habitantes de ese país para entregarse a las labores del día. El grupo que se unió a los campesinos, se fue al campo cantando esta canción:
           
   “Vamos todos al campo/ cantando a trabajar/ con amor sembraremos/ y juntos recogeremos/ la cosecha y la flor” 
Al atardecer, luego de la dura labor, regresaban cantando también. Mientras comían y descansaban, escuchaban las bellas historias de aquel pueblo, sus leyendas y tradiciones, las hazañas de sus héroes y sabios,  sus costumbres, la invitación repetida a la honestidad, el trabajo y la unión. Allí residía el secreto de su prosperidad y alegría. 
Pasaron los días y los meses...Aquellos soldados esperaban la orden de su rey para atacar. Y mientras esperaban, trabajaban, reían, cantaban, imitaban en todo a los otros ciudadanos. Y diariamente salían al campo, al amanecer, cantando alegres y felices...
 “Vamos, vamos, amigos/ con amor a sembrar...”
 Por fin, llegó el día en que el rey dio la orden fatal de atacar, destruir y matar.
Entró a la ciudad y buscó a sus bravos y crueles soldados entre la multitud. Pero no los encontró. En vano buscó por todas partes. Y era que no los reconocía, porque todos sus hombres, toditos, tenían los mismos rostros risueños, simpáticos, amables. ¿Qué había sucedido? ¿Dónde estaba su ejército?
Bueno, cuenta la historia que los soldados, cuando se enteraron de la orden del rey, trataron de quitarse las máscaras,  de arrancárselas del rostro, pero no pudieron. Tanto y tanto habían imitado a aquellos excelentes ciudadanos que se habían vuelto como ellos, y la máscara se había incorporado a la piel formando parte de ella. Por eso, ya no pudieron volver a ser unos crueles soldados. Se
transformaron todos: unos en campesinos alegres y trabajadores, otros en artesanos, otros en escritores y poetas... Y todos, siempre unidos, entonaban diariamente al amanecer, un canto al trabajo y a la vida.
 ¿Y el rey cruel? Bueno, él tuvo que regresarse a su reino, derrotado y solitario, víctima de su propia maldad que se había vuelto contra él.     

Para pensar:                         
 Si te juntas con personas alegres, te irán comunicando su alegría. Si tus amigos son trabajadores y honrados, tú también lo irás siendo. Huye de los amargados, falsos y corruptos porque te inocularán su veneno, y te irán haciendo como ellos. Practica con tesón la sonrisa y el canto hasta que tallen tu rostro.
Suelta tus músculos, cubre de alegría tus miedos. No importa cómo has sido hasta ahora, imita la virtud, proponte ser alegre, servicial  y trabajador y verás cómo cambia tu rostro y tu corazón. Te pasará como a los soldados del aquel rey tan bravo y tan cruel o como al ingenioso pretendiente de aquella bella princesa.









VALORAMOS LAS APARIENCIAS

 Un  rey le contaba a un sabio sufí lo extraordinariamente buenos y
generosos que eran sus súbditos.
 -Estás muy equivocado –le dijo el sabio-. La gente de tu reino actúa de acuerdo a las apariencias.  Le dan muy poca importancia a los hechos, que son los que demuestran espíritus grandiosos.
 Al oír esto, los cortesanos se pusieron bravos y le rogaron al rey que no hiciera caso a ese falso sabio.
 -Majestad, ellos dirán  lo que quieran, pero en este mundo  vil, todo
funciona al revés:  la persona más preciosa no vale nada, y la persona que no vale nada es la más preciosa. 
-Demuéstramelo –dijo el rey-. Si no lo haces, mandaré que te corten la cabeza  por decir  cosas falsas y  descabelladas.
 El sabio sufí invitó al rey a que se disfrazara como una persona común y así  dieran una vuelta por la ciudad. Llegaron al mercado y el sabio sufí le insinuó al rey que pidiera un kilo de cerezas que habrían de servir para salvarle la vida a un enfermo muy grave.
Fueron inútiles las súplicas del rey. El comerciante, cansado de argüir con él, lo botó del lugar y le dijo que si no se iba pronto, lo sacaría a palos.
-Las cosas que tiene que oír uno en la vida –mascullaba el comerciante-.
¿Acaso tengo cara de idiota? Estos mendigos miserables ya no saben qué inventar para engañar a uno. 
El rey estaba a punto de revelar su identidad, cuando el sufí se lo llevó afuera. Caminaron un buen rato y llegaron a las orillas de un río que corría crecido con las aguas del deshielo. En un descuido, el sufí le dio un empujón al rey que cayó al agua. Empezó a gritar pidiendo ayuda, pero aunque se acercaron muchos curiosos atraídos por sus gritos, nadie hizo nada. Ya estaba a punto de ahogarse,
cuando un mendigo, el más harapiento de la ciudad, se lanzó al agua y salvó al rey.
Entonces el sufí se acercó al rey que temblaba de frío y de indignación, y le dijo:
-¿Viste cómo era cierto lo que yo te dije? Cuando tú, que eres la persona más valiosa del reino pediste un kilo de cerezas para salvar la vida de un enfermo, no obtuviste nada y hasta estuviste a punto de que te partieran la cabeza a golpes.
En cambio este mendigo, que supuestamente es la persona que menos vale en tu 64 reino, ha expuesto su vida por ti y te ha salvado. No son las apariencias lo que cuentan, sino los hechos.     

Para pensar:
Vivimos la vida como actuación. Cada día se nos impone con mayor fuerza la cultura de la apariencia, del  qué dirán. Regalamos por cumplir, por no quedar mal,  porque todos lo hacen..., no por agradar. Manejados por la publicidad y las propagandas, compramos no lo que necesitamos, sino lo que el mercado necesita o necesita que compremos.
Hablamos sin pensar lo que decimos, vivimos rutinas, compramos propagandas. Aplaudimos porque todos lo hacen; sonreímos, sin saber por qué, cuando todos lo hacen. En breve, cada día son menos las personas que se atreven a vivir, a ser dueños de su propia vida: la mayoría son vividos por los demás: el televisor, las costumbres, las modas, el qué dirán.









UN ERROR AFORTUNADO


En el salón de clase había dos alumnos que tenían el mismo apellido:
Urdaneta. Uno de los Urdaneta, el más pequeño, era un verdadero dolor de cabeza para la maestra: indisciplinado, poco aplicado en sus estudios, buscador de pleitos. El otro Urdaneta, en cambio, era un alumno ejemplar. 
 Tras la reunión de representantes, una señora de modales muy finos
se presentó a la maestra como la mamá de Urdaneta. Creyendo que se trataba de la mamá del alumno aplicado, la maestra se deshizo en alabanzas y felicitaciones y repitió varias veces que era un verdadero placer tener a su hijo como alumno.
A la mañana siguiente, el Urdaneta revoltoso llegó muy temprano al colegio y fue directo en busca de su maestra. Cuando la encontró, le dijo casi entre lágrimas: “Muchas gracias por haberle dicho a mi mamá que yo era uno de sus alumnos preferidos y que era un placer tenerme en su clase. ¡Con qué alegría me lo decía mamá! ¡Qué feliz estaba! Ya sé que hasta ahora no he sido bueno, pero desde ahora lo voy a ser”.  
La maestra cayó en la cuenta de su error pero no dijo nada. Sólo sonrió y acarició levemente la cabeza de Urdaneta en un gesto de profundo cariño.
Urdaneta cambió totalmente desde entonces fue, realmente, un placer tenerlo en clase.

Para pensar:
Y vos como actúas en la escuela, respetas a tus compañeros, valoras el trabajo de tus maestros.
“Para cambiar nunca es tarde”









EL ÁRBOL CONFUNDIDO

 Había una vez, en algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos.
Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema: ¡No sabía quién era!
Lo que le faltaba era concentración, le decía el manzano: “Si realmente lo intentas, podrás tener sabrosísimas manzanas, ¡ve que fácil es!”
“No lo escuches”, exigía el rosal. “Es más sencillo tener rosas y ¡ve que bellas son!”
Y el árbol desesperado, intentaba
 todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.
Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó: “No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la Tierra. Yo te daré la solución… No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas. Sé tú mismo, conócete… y para lograrlo, escucha tu voz interior.” Y dicho esto, el búho desapareció.
“¿Mi voz interior?… ¿Ser yo mismo?… ¿Conocerme?…” Se preguntaba el árbol desesperado, cuando de pronto, comprendió. Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole: “Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje… Tienes una misión: ¡Cúmplela!”
Y el árbol se sintió fuerte y seguro de si mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.

Para pensar:
Yo me pregunto al ver a mi alrededor, ¿Cuántos serán robles que no se permiten a si mismos crecer?… ¿Cuántos serán rosales que por miedo al reto, sólo dan espinas?… ¿Cuántos, naranjos que no saben florecer?




EL RESPETO







EL RESPETO

Cuenta una historia de que varios animales decidieron abrir una escuela en el bosque. Se reunieron y empezaron a elegir las disciplinas que serian impartidas durante el curso.
El pájaro insistió en que la escuela tuviera un curso de vuelo. El pez, que la natación fuera también incluida en el currículo. La ardilla creía que la enseñanza de subir en perpendicular en los árboles era fundamental. El conejo quería, de todas formas, que la carrera fuera también incluida en el programa de disciplinas de la escuela.
Y así siguieron los demás animales, sin saber que cometían un grande error. Todas las sugerencias fueron consideradas y aprobadas. Era obligatorio que todos los animales practicasen todas las disciplinas.
Al día siguiente, empezaron a poner en práctica el programa de estudios. Al principio, el conejo se salió magníficamente en la carrera; nadie corría con tanta velocidad como él.
Sin embargo, las dificultades y los problemas empezaron cuando el conejo se puso a aprender a volar. Lo pusieron en una rama de un árbol, y le ordenaron que saltara y volara.
El conejo saltó desde arriba, y el golpe fue tan grande que se rompió las dos piernas. No aprendió a volar, y además no pudo seguir corriendo como antes.
Al pájaro, que volaba y volaba como nadie, le obligaron a excavar agujeros como a un topo, pero claro, no lo consiguió.
Por el inmenso esfuerzo que tubo que hacer, acabó rompiendo su pico y sus asas, quedando muchos días sin poder volar. Todo por intentar hacer lo mismo que un topo.
La misma situación fue vivida por un pez, por una ardilla y un perro que no pudieron volar, saliendo todos heridos. Al final, la escuela tuvo que cerrar sus puertas.
¿Y saben por qué? Porque los animales llegaron a la conclusión de que todos somos diferentes. Cada uno tiene sus virtudes y también sus debilidades.
Un gato jamás ladrará como un perro, o nadará como un pez. No podemos obligar a que los demás sean, piensen, y hagan algunas cosas como nosotros. Lo que iremos conseguir con eso es que ellos sufran por no conseguir hacer algo de igual manera que nosotros, y por no hacer lo que realmente les gustan.

Para pensar:
Debemos respetar las opiniones de los demás, así como sus capacidades y limitaciones. Si alguien es distinto a nosotros, no quiere decir que él sea mejor ni peor que nosotros. Es apenas alguien diferente a quien debemos respetar.

LA SOPA DE PIEDRA







LA SOPA DE PIEDRA 


Un peregrino muerto de hambre llegó a un pueblo y, como en todos lados donde pedía comida se la negaban porque su aspecto era bastante especial, pensó en hacer algo para conseguir alimento. Dijo tener una piedra mágica con la que podía hacer la sopa más rica del mundo.
Una vecina le preguntó qué podía hacer para lograrlo, y el peregrino le pidió una olla enorme con agua hasta la mitad. Hicieron un buen fuego y pusieron el agua a hervir, con la piedra dentro, a la vista de todos en medio de la plaza.
La gente, movida por la curiosidad, se fue acercando. Era algo raro en el pueblo, porque los vecinos nunca hacían nada juntos. El peregrino probó el agua cuando ya estaba tibia y dijo que era exquisita, pero que estaría mucho mejor si alguna vecina aportaba dos docenas de choclos.
Y muchísimo mejor si alguien ponía cebollas, y si otro agregaba zapallo.
Así, el peregrino logró que todos los vecinos pusieran algo: sal, batatas, papas, trozos de carne de puchero, zanahorias y muchas, incontables, cosas más.
Se imaginarán que, verdaderamente, salió una sopa extraordinaria, no por la piedra sino por los ingredientes que aportó la gente. Todos comieron y el peregrino siguió viaje no sin antes regalarles la piedra que había que-dado en el fondo de la olla.

Para Pensar
Sin duda, era una piedra "mágica", porque, junto con el ingenio de ese hombre, había logrado que todos hicieran una enorme sopa para comer en comunidad.
Infinidad de veces, tenemos que poner a prueba nuestro ingenio para "hacer comunidad" allí donde la gente no se comunica. Es importante saber que, poniendo un poco de creatividad, se consiguen cosas verdaderamente sorprendentes. 



EL PREMIO MERECIDO







EL PREMIO MERECIDO  


En un lejano país, el rey quería encontrar a un hombre leal y sincero, en quien pudiera confiar. Entonces hizo venir al palacio a cinco hombres que tenían fama de ser los más juiciosos de la ciudad. Cuando los tuvo enfrente les dijo:
-Los he reunido aquí porque deseo que me digan qué piensan de mi poder y mi gloria. Confío en que escucharé de sus labios la verdad.
Enseguida el rey extendió una mano en la que lucía cinco anillos con un gran diamante cada uno y agregó:
-¿Ven los cinco diamantes que adornan mis dedos? Este será el premio para ustedes por la sinceridad con que contesten mi pregunta.
Deslumbrados por el tamaño y el brillo de los diamantes, de inmediato cuatro hombres se deshicieron en elogios hacia el rey: que su poder y gloria no tenían igual; que ningún otro rey se le podía comparar en talentos y virtudes; que nunca había existido un héroe más grande que él. En fin, cada uno trataba de superar los elogios del otro.
Cuando acabaron de hablar, el rey se quitó cuatro de los anillos y los entregó a los cuatro hombres. Luego se dirigió al único que había permanecido callado y le dijo:
-Todavía queda un diamante. Quiero saber lo que piensas de mi poder y mi gloria.
El hombre respondió:
-Yo pienso que el poder que usted ostenta le pertenece al pueblo, que lo ha depositado en usted confiando en que sabrá hacer buen uso de él, buscando la felicidad de aquellos a quienes gobierna.  Recuerde que ellos le juzgarán con severidad si no se hace merecedor de la confianza que depositaron en usted. También pienso que su gloria será falsa y desaparecerá si no está basada en el fiel cumplimiento de sus deberes.
El rey respondió:
-A ti no te voy a dar el otro diamante, sino mi confianza y mi amistad.  Quiero que permanezcas a mi lado, ayudándome a cumplir con mis deberes, pues por fin he encontrado el amigo verdadero que buscaba, el que habla con la verdad.
A la mañana siguiente, los cuatro hombres que habían recibido los diamantes regresaron al palacio muy afligidos. Pidieron ver al rey y cuando éste los recibió, le dijeron:  -Fuimos donde un joyero para que valorara los diamantes que  usted nos entregó ayer, y asegura que son falsos. 
El rey respondió:
-Si, es cierto. Tan falsos como los elogios que ustedes me dedicaron...

Para pensar:
La confianza y la lealtad son dos virtudes maravillosa del ser humano.