viernes, 15 de junio de 2012









VALORAMOS LAS APARIENCIAS

 Un  rey le contaba a un sabio sufí lo extraordinariamente buenos y
generosos que eran sus súbditos.
 -Estás muy equivocado –le dijo el sabio-. La gente de tu reino actúa de acuerdo a las apariencias.  Le dan muy poca importancia a los hechos, que son los que demuestran espíritus grandiosos.
 Al oír esto, los cortesanos se pusieron bravos y le rogaron al rey que no hiciera caso a ese falso sabio.
 -Majestad, ellos dirán  lo que quieran, pero en este mundo  vil, todo
funciona al revés:  la persona más preciosa no vale nada, y la persona que no vale nada es la más preciosa. 
-Demuéstramelo –dijo el rey-. Si no lo haces, mandaré que te corten la cabeza  por decir  cosas falsas y  descabelladas.
 El sabio sufí invitó al rey a que se disfrazara como una persona común y así  dieran una vuelta por la ciudad. Llegaron al mercado y el sabio sufí le insinuó al rey que pidiera un kilo de cerezas que habrían de servir para salvarle la vida a un enfermo muy grave.
Fueron inútiles las súplicas del rey. El comerciante, cansado de argüir con él, lo botó del lugar y le dijo que si no se iba pronto, lo sacaría a palos.
-Las cosas que tiene que oír uno en la vida –mascullaba el comerciante-.
¿Acaso tengo cara de idiota? Estos mendigos miserables ya no saben qué inventar para engañar a uno. 
El rey estaba a punto de revelar su identidad, cuando el sufí se lo llevó afuera. Caminaron un buen rato y llegaron a las orillas de un río que corría crecido con las aguas del deshielo. En un descuido, el sufí le dio un empujón al rey que cayó al agua. Empezó a gritar pidiendo ayuda, pero aunque se acercaron muchos curiosos atraídos por sus gritos, nadie hizo nada. Ya estaba a punto de ahogarse,
cuando un mendigo, el más harapiento de la ciudad, se lanzó al agua y salvó al rey.
Entonces el sufí se acercó al rey que temblaba de frío y de indignación, y le dijo:
-¿Viste cómo era cierto lo que yo te dije? Cuando tú, que eres la persona más valiosa del reino pediste un kilo de cerezas para salvar la vida de un enfermo, no obtuviste nada y hasta estuviste a punto de que te partieran la cabeza a golpes.
En cambio este mendigo, que supuestamente es la persona que menos vale en tu 64 reino, ha expuesto su vida por ti y te ha salvado. No son las apariencias lo que cuentan, sino los hechos.     

Para pensar:
Vivimos la vida como actuación. Cada día se nos impone con mayor fuerza la cultura de la apariencia, del  qué dirán. Regalamos por cumplir, por no quedar mal,  porque todos lo hacen..., no por agradar. Manejados por la publicidad y las propagandas, compramos no lo que necesitamos, sino lo que el mercado necesita o necesita que compremos.
Hablamos sin pensar lo que decimos, vivimos rutinas, compramos propagandas. Aplaudimos porque todos lo hacen; sonreímos, sin saber por qué, cuando todos lo hacen. En breve, cada día son menos las personas que se atreven a vivir, a ser dueños de su propia vida: la mayoría son vividos por los demás: el televisor, las costumbres, las modas, el qué dirán.

0 comentarios:

Publicar un comentario